Ohh..., Amor perdido en diciembre,
bajo un túnel de vías y durmientes,
en la dureza del acero inquebrantable,
brilloso,
lívido,
suave.
La garita del guarda fue cómplice
de esos cuerpos robados,
bajo el ancha ala
del sombrero de glicinas.
Las madrugadas de sereno
fingían otras estaciones
en un espasmo quebradizo
de la luna.
Huyendo de los días,
y escapando del hastío,
los esteros florecieron,
los encuentros mecieron
vacíos catres,
de sábanas tibias, salobres y
arrugadas.
El eterno gesto del tiempo
volverá sus pasos
a otros diciembres sin cenizas.
Zenón del Arrabal
Diciembres, 86, 87,91
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